jueves, 28 de agosto de 2008

I. ¿PARA QUÉ SALIR DEL LABERINTO?



El hombre caminaba lentamente. A lado y lado, sobre su cabeza embotada con los muros, las calles ciegas, el vaho que se difumina y no deja ver el fondo del asunto. Algo le parecía cierto. En verdad se habia confudido esta vez. Y no habia ninguna Ariadna, ningún hilo para vencer al laberinto y salirse con la suya. Paso a paso el sol se venía cayendo, las sombras fueron saliendo de sus intimos escondrijos y de repente, todo es difuso, como las entrañas de un abominable engendro que te ha devorado hace tanto que ya no recuerdas.

Y, lentamente sigue caminando. Con el placer de quien se busca a si mismo, dando pasos firmes, sobre la manigua de su propio ser. También recordó esas palabras escritas en la pared de esa ciudad lejana: a la izquierda simpre, para escapar de las garras de la bestia abstracta, del hijo de la confusión perfecta. Y nunca pensó estár aquí, escribiendo sus pasos como un divagante en el desierto de sus dias oscuros, desolados como una sola y larguisima noche.

Hace miles de años que vaga por esos corredores. Antres estuvieron vacios. Ahora él era el vacio -que quizá en vano- tratraba de llenar ese otro vacio. Y, sin embargo, suele versele caminar, y dicen que habla entre dientes, en una lengua que sólo entenderian los seres que nunca han tenido palabras, y por lo tanto, hablan con silencios abismalmente elocuentes.


CONTINUARÁ...